Iris Morata debuta como escritora de novela negra con «Inolvidar»
Una obra para explorar la frontera entre el bien y el mal.
Quizá solo hay una cosa de la que Iris Morata (Barcelona, 1982) huye cuando escribe: las etiquetas. Todo lo demás tiene cabida en sus historias, en las que gusta de explorar esa fina línea que separa lo moralmente correcto de lo que consideramos que no lo es tanto. Incluso personajes cuyas vidas no tenemos claro si son «buenas» o «malas». Pero este es su sello personal, lo que la define como escritora: indagar sobre cuán flexible puede ser esa línea moral y hasta qué punto los actos que nos causan rechazo pueden tener una razón de ser.
Seguramente, las etiquetas vienen bien a la hora de clasificar los libros dentro de uno u otro género, pero a muchos autores les parecen más un corsé que otra cosa. Escribir con un género en mente, como si fuera un camino obligatorio que has de recorrer teniendo que seguir un mapa es algo que puede agobiar mucho al escritor y hacer que se cohíba a la hora de recrear ciertos escenarios. O, simplemente, que se resista a limitarse a un género concreto. Es el caso de la escritora barcelonesa Iris Morata, debutante en el mundo de la literatura con la novela Inolvidar, a la que no tiene ninguna intención de encasillar: «No considero que escriba en un género concreto y cerrado, sino, más bien, que la historia vive y avanza entre varios. Me gusta la incomodidad de no poder agarrarme a una categoría más concreta, aunque no descarto hacerlo en un futuro».
Inolvidar es una historia de microhistorias, de matices, con personajes que se mueven con involuntaria soltura por toda la gama de grises que hay entre lo que consideramos el bien y lo que nos causa rechazo. «Me gusta sobre todo indagar en ese momento en que el bien o el mal están diluidos. Ver hasta dónde sería capaz de llegar una persona, y los motivos que pueden provocar que esa línea se mueva un poco más allá de lo aceptable. Para mí, es ahí donde se descubren muchas cosas de la realidad de un personaje», asegura Iris Morata.
Casilda, la madre en busca de su hija perdida; Olivier, el profesor de francés que lucha contra la tentación de intimar con una de sus alumnas; Jackson, el Maestro, el líder de una secta que huye de Minneapolis. Los prejuicios que nos van saliendo al paso a medida que vamos profundizando en sus historias dicen más de nosotros mismos que de ellos, pero, sobre todo, plasman el trabajo bien hecho de Iris Morata, cuya misión era, principalmente, causarnos ese conflicto. «Lo que me empujó a escribir Inolvidar fueron las ganas de ver algunos actos, considerados inaceptables, desde el punto de vista de quien los comete, y, de ese modo, poner al lector en el conflicto de dudar sobre si lo incorrecto lo es realmente. Espero que cada lector encuentre su propia lectura de Inolvidar. Para algunos será la lucha contra la pérdida, la esperanza después del duelo, o el olvido. Para otros será clave el trastorno de una mente herida, los límites de la cordura o el amor incondicional».
Lo cierto es que, cuando uno lee Inolvidar, acaba planteándose hasta qué punto somos realmente libres a la hora de tomar decisiones, de moldear quienes somos. ¿No seremos en realidad sujetos pasivos de la acción de las circunstancias que nos rodean? Para Iris Morata, la respuesta está, de nuevo, en la gama de grises: «Sin duda, las circunstancias nos empujan hacia las acciones, pero quiero pensar que, en la mayoría de casos, somos libres de decidir tomar un camino u otro», comenta.
Sea como fuere, cuando se disfruta tanto de explorar fuera de la propia zona de confort como Iris Morata, su currículum vitae no resulta sorprendente. Dedicada durante años al mundo de la moda, concretamente al diseño de zapatos, fue capaz de abandonar un entorno laboral tan frenético para adentrarse en el de la literatura, que si por algo se caracteriza es por ser uno de los más solitarios. La escritora catalana no extraña demasiado su anterior profesión y encara esta transformación vital con total naturalidad: «En mi vida profesional anterior no estaba nunca sola, y el ruido de la prisa era una constante en mi día a día. Como escritora, es todo lo contrario, y puedo pasar horas hablando solo conmigo misma y mis personajes. Para mí, este cambio ha tenido sus altibajos. No tener un horario fijo es un desafío, y no siempre es fácil encontrar el buen equilibrio, aunque la libertad compensa de largo. Ahora soy más consciente de que la vida se vive y no siento que me arrebatan los días y las semanas sin que me dé cuenta», confiesa Morata.
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