A balazo limpio: Lorenzo Silva se enfrenta a nuestro cuestionario.
¿Qué tiene la novela negra para haber llegado hasta el favoritismo de los lectores?
Depende de la novela negra de que se trate, pero en general parte de una buena premisa: en la primera página pasa algo y ese algo tiene que ver, normalmente, con un asunto que define la condición humana: la muerte. En los últimos tiempos, cuenta además con el impulso de los editores, que ayudan o no, con su mediación, a que algo sea leído.
¿No correremos el riesgo de saturarnos todos y agotar el género?
Por supuesto, a diario corremos ese riesgo y muchos más. Sólo en la inacción está la ganancia segura, advierte Lao Tsé. Quizá no sea tan importante sobrevivir como arder en una buena hoguera, mientras dure.
¿Usted se sintió desde siempre atraído por este género?
Desde los 19 o 20 años, cuando cayeron en mis manos las obras de Raymond Chandler. Antes me interesaba, ma non troppo. Gracias a él descubrí que en el noir podía haber poesía, es decir, literatura.
Ahora que han pasado algunas décadas de expansión, ¿se atrevería a valorar la evolución que ha tenido el género en España?
Positiva. Ha ido a mucho más, cuantitativamente, y a más, sin duda, en la variedad y calidad de escritores que lo practican. En cierto modo se ha normalizado, convirtiéndose en la mixtura de novela social y de entretenimiento que es en cualquier sociedad abierta y madura (la nuestra, desdichadamente, no lo era hasta 1975 por obra y gracia del golpe de 1936, que nos impuso como Caudillo a un triste cabo de cuartel).
Elija a un personaje y a un autor del género a quienes les hubiese gustado conocer.
Soy fiel. Elijo siempre a Ray (Chandler) y a su Phil (Marlowe).
¿Y qué le ha traído a participar en estas jornadas, qué espera de Cartagena Negra?
La insistencia de los amigos, la hospitalidad de la tierra, mis raíces murcianas —en esta comunidad nació por accidente mi padre, en abril del 39, adivínese el accidente—. Mi debilidad, vaya. Tan sólo espero algún rato de buena conversación, vivo con moderadas expectativas.
¿Cuáles son sus armas y métodos preferidos a la hora de matar?
Nunca mataría a nadie, salvo peligro cierto e inminente: es un atajo de mentes débiles y una acción muy incorrecta, como escribió De Quincey. En caso de encontrarme en ese peligro, algo rápido y contundente. Un Tomahawk, por ejemplo (el misil, no el hacha).
Ahora una complicada: elija algún personaje real para quitar de en medio y justifique el crimen, claro.
No va a conseguir que me procesen. Estudié Derecho. Y cada día, ante trampas como esta, me doy cuenta de lo útil que es.
¿Cómo podemos valorar el papel de la mujer en la novela negra actual?
Emergente y pronto casi hegemónico, en algunos aspectos —son mayoría las lectoras y crece rápidamente el número de las autoras y el de las heroínas—. Nada que deba sorprendernos. Refleja la evolución de las sociedades desarrolladas, donde la eliminación de los corsés machistas las ha dejado apoderarse de profesiones enteras. Cualificadas, ojo.
Toca mirar atrás en el vigésimo aniversario de Bevilacqua y Chamorro, ¿el balance de su autor es positivo?
Uno de los mayores aciertos de mi vida. Impremeditado y sin planificar, como corresponde.
¿Y el público cómo los ha tratado?
Los lectores (sólo ante ellos respondo) con una generosidad que llega a conmoverme. Dejándolos ser, nada menos, gente que los acompaña en el camino. No se puede pedir más para un personaje de ficción.
Lejos del corazón se mueve en una zona fronteriza, ¿son más interesantes esas zonas literariamente hablando?
En la frontera están las verdades incómodas. Y sobre todo están los hombres –y mujeres— de frontera, que a menudo son los únicos que saben de qué demonios estamos hablando. Según el poeta chino Li-Po los hombres de frontera nunca sienten fatiga, siempre tienen a mano el látigo —y la espada— y nunca duermen. Los que gustan de encerrarse dentro de una linde suelen vivir, en cambio, en la inopia más profunda.
Ofrézcale algún consejo al lector de novela negra.
De esta me abstengo. Los lectores no necesitan mis consejos. Tienen bibliotecas, públicas y privadas, para orientarse por sí mismos.